Por Roberto Velazquez Bolio
Milenio.com
La FMF le puso un gimnasio a los árbitros. Un acto generoso que Justino Compean presumió: “tenemos como una de las metas el mejorar la condición física… pues en relación directa a la condición física están los resultados y la actuación en las jornadas”.
De esto nos enteramos por un boletín porque ningún medio de comunicación pudo ir a la inauguración. Había que evitar a toda costa que los árbitros contestaran cualquier pregunta. Sobre todo después de las fallas groseras de las últimas semanas, entre ellas, la que hizo explotar al presidente del Necaxa, Marco Antonio de Alba: “Empiezo a entender muchas cosas del futbol, pensé que era un deporte limpio y tranquilo como cualquier otro, pero ya veo que no, se mueven muchos intereses en nuestro futbol”.
¿Es el silencio, esconder a los árbitros, protegerlos como si fueran delincuentes, la forma de afrontar las críticas? ¿No pueden responder preguntas de un reportero?
El entrenamiento físico es importante, qué bueno que ya tienen su gimnasio, pero qué hay de la preparación psicológica, intelectual.
El encargado de hacer cumplir el reglamento en un espectáculo de las dimensiones e importancia del futbol en México debería tener la capacidad de contestar cualquier duda. ¿Qué pasaría si el árbitro José Alfredo Peñaloza –el que le anuló los dos goles al Necaxa– pudiera decir lo que vio y por qué lo marcó? Que dos días después fuera capaz de asumir en una entrevista que se equivocó y cuáles fueron sus fallas técnicas.
Nadie sospecharía, nadie dudaría. Lo oscuro, lo oculto genera desconfianza. Lo abierto y claro expone fortaleza y confianza. Pero los siguen escondiendo como ratas… se merecen las mentadas.
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