Por José Manuel R. Racilla.
Alguna vez existió una época donde el futbol romántico inundaba nuestros campos con su naciente pasión. Aquellos años donde los balones eran compuestos de caucho y cuero, y los zapatos hechos de piel con terminaciones en madera. Época donde el trofeo máximo consistía en el reconocimiento de las tribunas y el pago era el aplauso y felicidad de aquellas fanaticadas idolatrando a sus ídolos.
Con aquella época como testigo, el nacimiento. Corría el año de 1922, el ingeniero británico, W.H. Frasser, gerente de la compañía Luz y Fuerza del Centro, eterno devoto y practicante del futbol en su juventud inicia la historia. Fielmente convencido del beneficio de la práctica deportiva en su plantilla obrera, decide patrocinar a un par de equipos pertenecientes a la compañía eléctrica: Tranvías y Deportivo Luz y Fuerza, ambos compitiendo en campos de la colonia Condesa en la Ciudad de México. Ante el éxito constante de ambos clubes, el 21 de agosto de 1923 se lleva a cabo la fusión de ambas instituciones, creando al Club Necaxa, nombre que tomaría del río cuyas aguas generaban la electricidad que iluminaba la Ciudad de México, y adopta el uniforme rojiblanco del Stoke City Football Club, del cual es seguidor el mismo dirigente.
Hablar del Necaxa resulta tan mágico, romántico y atrayente. Aquellas increíbles tardes de futbol narradas por los cronistas de la época, remembrando las hazañas de jugadores como Raúl Pipiolo Estrada, Lorenzo Abuelo Camarena, Antonio Azpiri, Guillermo Perro Ortega, Ignacio Calavera Ávila, Vicente Chamaco García, Hilario Moco López, Julio Chino Lores, Luis Pichojos Pérez y el primer ídolo del futbol mexicano, Horacio Casarín; todos ellos próceres de la historia necaxista, de tan divertido apodo, pero con talento y calidad inmensa, esos que hicieron del campo Asturias su máximo templo hasta su desaparición. Aquélla, la primera gran época de oro del equipo necaxista.
Igualmente difícil es relatar los tristes pasajes de este histórico del futbol mexicano en los siguientes años, ésas con tintes trágicos nunca olvidados en las grandes historias. Desapariciones, descensos, cambios de identidad, probablemente situaciones no merecidas para uno de los pilares del futbol azteca, pero el sufrimiento deportivo parece estar eternamente relacionado con el equipo rojiblanco, al igual que sus grandes renaceres. Un 21 de julio de 1982, el equipo inicia un nuevo capítulo en primera división, tras 11 años con el nombre de Atlético Español y el complicado olvido de su afición, la directiva de aquel entonces decide retomar los colores y el nombre de Necaxa, sumando el mote de Rayos, y así comenzar su nueva y gran historia.
Temporada 1989-1990, inicia la renovación más importante de la época reciente rojiblanca. El máximo referente del necaxismo de la nueva era se enfunda los colores de los que serán su casa eterna: Álex Aguinaga, considerado entre los mejores jugadores extranjeros llegados a México en la historia, talento puro, cerebro del medio campo y capitán del nuevo e inolvidable Necaxa. Junto a él, nombres como: Ivo Basay, Nicolás Navarro, Ricardo Peláez, Alberto García Aspe, Sergio el Ratón Zárate, Octavio Picas Becerril, el chileno Eduardo Vilches y José María el Chema Higareda. Todos ellos bajo el mando de Manuel Lapuente ostentarán, a partir de ese momento, el título del equipo de la década de los 90, lograron el regreso a la élite del futbol mexicano con base en campeonatos y sus inolvidables formas de jugar al futbol.
Aficiones van y vienen, mudanzas de por medio y la búsqueda de una nueva identidad se convirtieron en su eterna lucha, pero el buscar el honor perdido y reclamar su eterno sitio en el máximo circuito es la nueva misión del equipo rojiblanco. Los Rayos del Necaxa buscan estar de vuelta en primera división y lograrlo dependerá de cada jugador enfundado en esa playera histórica y pionera del futbol mexicano, por lo demás, que gane el mejor.
En mi caso, esta colaboración trata de sólo brindar un tributo y reconocimiento a esta gran institución, una de las más antiguas del balompié azteca. Que sea una gran final, pues sin importar el resultado, ellos con su historia como soporte, sus figuras, sus títulos y hazañas, esta institución seguirá siendo eternamente Rayos del Necaxa, uno de los grandes del futbol mexicano.
Fuente: Despertar de Oaxaca
1 Comentarios
semper fi, dijo el marine
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