Texto enviado por David Valle
Por Sergio Guzmán
Uno.
Se oye el rechinido de los pardos tablones que hociquean a la puerta de mi apartamento en el quinto piso de un defeño monumento barrial en la Roma Sur. ¡Ay!, se queja la escalera. Gime como plañidera. Cae la noche al aletear del murciélago. Entra ésta por una ventana despellejada.
Pobres maderas, se deshace a pedazos el marco. Lo come la lepra. Nos come, digo yo casi aullando como un perro ante la desolación. Es tan grande el dolor y tan limitada la memoria. Sube el misterio por la escalera. ¡Prac! ¡Prac! Pasos duros, inmisericordes. Suelas de plomo. Tiritar de frío, temblor de miedo. Tres, dos, uno, cuenta regresiva, se desgajan las hojas de mi álbum con recortes de periódicos; una, dos, tres, cuenta progresiva, caen al piso varias fotografías. He dejado de ser niño (sin serlo) en esta noche de terror: desflorada mi ingenuidad en la cama que sostiene mis años, un par de libélulas se encienden con la presteza del cerillo y mis pies tropiezan, una vez más, con un herido personaje al que no me he referido pero que está aquí, a dos centímetros del yo descalzo. Lo veo: amarillento semblante, mirada triste, agonía de náufrago.
Oigo apenas su corazón como el murmullo de un rezo. Entonces le digo por lo bajo para evitar ser escuchado por aquél o aquello que asciende por la escalera: compañero-amigo.tío-sobrino-hermano-padre y, sobre todo, abuelo de mis más grandes emociones y anhelos futboleros: ¡No te mueras Necaxa, por favor no te mueras!
Dos.
Le arrimo un poco de agua. Tiene la boca seca. Yo, como El Pulques León, hubiera preferido el néctar de los dioses, me dice el Necaxa. Es casi una súplica, pobrecito. Pero hoy no hay tal brebaje. El popular Pulques que suplió en la portería rojiblanca ni más ni menos que al Pipiolo Estrada, albo palomo que le arrancaba goles al rival y suspiros a las damas ceñidas con corsé. Y El Pipiolo como reemplazante de Ernesto Pauler, El botero del Volga que llegó del Rapid de Viena nomás como para ver qué ocurría y se quedó en México hasta morir de viejo en Orizaba.
Arquero y entrenador del Necaxa, y luego también el estratega del ADO. Una hoja de calendario revolotea por doquier sin punto de reposo. La luz penetra tímidamente a la habitación y El Calavera Ávila se asusta a sí mismo al verse por un instante reflejado en la luna de marzo. ¡Uy! ¡Uy! Boca arriba, boquiabierto, el otrora equipo electricista añora el césped de su propio estadio en la Calzada de los Cuartos, el hoy entre Obrero Mundial y Cuauhtémoc. Se oyen relinchos de La Yegua Camarena y risotadas de El Ranchero Marcial Ortiz, El peruano Julio Lores los observa muy contento imaginando goles. Dos lágrimas resbalan por los ojos del Necaxa, encuevados en ojeras de vampiro. Surgen de la nada otros convidados de W. H. Frasser, ex gerente de la Compañía de Luz y Fuerza. Son unos cuantos, no importa. El hacedor del Necaxa, su papá biológico (21 de agosto de 1923) suspira feliz tras conseguir la unión de jugadores y fuerzas con los tranviarios en el proyecto de fundación del club.
Tres.
¿Quién detiene al Necaxa? Horacio Casarín es paseado en andas por la multitud, como torero, mandón al fin. Su risa limpia y sus goles de alarido contagian de optimismo y el orgullo aflora como buganvillas. Luego se irá al Atlante donde concluirá la edificación del personaje de leyenda, pero su primera camiseta, la del nacimiento de la estrella, será la rojiblanca Mira, mira, lo dice El Poeta Lozano, que para procrear a Horacio tierra y mar juntaron sus pasiones con Dios como testigo. Entonces se hizo la luz. El Chamaco García asiente lo que dice el vate. Campeonísimo fui, balbucea el Necaxa. Más agua, suplica al tiempo que atruena el rugido de Toño Azpiri, El león de las canchas. ¿Qué hago? ¡Prac! ¡Prac! Los pasos, aquello está cada vez más cerca la angustia se arremolina en mis orejas. ¡Venga!, grita El Tití García Cortina, animando al tú, yo, nosotros, como en aquellos buenos tiempos en que todos era uno. Al fin hermanos, ¿o qué no?, gruñe El Perro Ortega mirándose el escudo en la camiseta. A ver quién es el guapo, alarga Luis Pérez, El Pichojos del meritito Jalisco. Hombre de pasos largos y una boina como techumbre del jardín de sus tantas ideas de magnífico futbolista. Vengan, vengan, los necesito, externa el Necaxa resoplando. Es casi su último aliento. ¡No te mueras, no!, vuelvo a decirle. Y me oye, creo que sí, porque incluso en su desamparo me regala una gesto de agradecimiento. Ondea la bandera de la lealtad. ¿O qué no? Porque desde El Viejo Carrillo, uno de los más entusiastas seguidores rojiblancos cuando la largueza los llanos no tenía límite, el amor que no es más que la querencia por estos colores, se ha heredado de generación en generación. Muy bien, muy bien, dice El Moco Hilario, y tomando de la mano al Chanclas Zamudio convoca entonces a un grito que lanzan al unísono los Once Hermanos en medio de esta noche de terror: ¡Viva el Necaxa!
Cuatro.
Y yo digo: ¿Ya escuchaste? ¡No te mueras! ¡Vive siempre campeón! Ayer, hoy, mañana. Las fotos del álbum: Jorge Morelos, Pancho Majewski El Yuca Peniche, El Fumanchú Reynoso, El Chato Ortiz, Nicolás Navarro, Octavio Becerril, Eduardo Vilches, El Cuchillo Herrera, Ivo Basay, El Ratón Zárate, Adolfo Ríos, Sergio Vázquez, Alex Aguinaga el emblema de la modernidad... Contra viento y marea, porque si alguna vez te fuiste cuando el Atlético Español, lograste volver para hacer de las cenizas fuego de sol rojo, como el monumento de Alexander Calder en el estadio Azteca.
–¿Quién es?
–Soy el descenso–, se oye por fin del otro lado de la puerta, cuando ha cesado el ¡Trac! ¡Trac! de los pasos con suelas de plomo.
–Enfrentemos este momento con dignidad y orgullo–, resurge vigorosa la voz de W. H. Frasser.
Y el resto de los seguidores (yo en nombre de la especie en extinción) digo sí, no cierres los ojos amado equipo.
Aún hay que esperar los últimos 10 minutos del Necaxa, sugieren micrófono en mano Ángel Fernández y Fernando Luengas.
FUENTE: http://acciondefondo.com/colaborador_de_hoy.php?d=2009-03-04
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